domingo, 27 de agosto de 2017

Maravilla, milagros cotidianos, si les prestamos nuestra atención.

Durante una de sus tantas conferencias sobre Música y Matemáticas, el profesor Georg Glöckler relató ciertas experiencias personales como maestro.
 Algunas llenas de humor al preguntarle una jovencita ¿Si estaría bien que ella se casase con Federico?  Para el maestro de secundaria frente a dar una respuesta para el corazón y en parte para una decisión importante, esta corresponde a una respuesta sumamente seria.
Otra donde su duda cómo maestro jóven con respecto a esa su profesión, a seguir siendo maestro, recibe una enseñanza durante el aula de una niña que le muestra su modo de dar la clase con tanta exactitud, que le ayuda a definir, "efectivamente se trata de mi forma en la tarea, mi actitud, mi interés por los alumnos y mi entusiasmo por la materia y por su aprendizaje". Y decide continuar siendo maestro.
Una tercera en donde aconseja a los maestros, ya en educación inicial, en el maternal o en el jardín de infancia, que en las reuniones de padres se aconseje a las madres que lleven un pequeño diario sobre aquello que ha hecho su hijo o su hija. El niño hasta los nueve años no puede llevar por el mismo los efectos, los resultados, de sus hechos cotidianos al mundo espiritual. La madre puede escribir y así en lugar de su hijo acercar al mundo celeste lo trascurrido, en representación  del niño, por un avance, una sorpresa, ciertas palabras tan sabias que tienen los niños pequeños. Ciertos sucesos que hacen que los niños vayan creciendo con alegría, con salud y en aprendizaje en la vida diaria, en la escuela y al lado de sus padres, de sus abuelos.
Yo recuerdo claramente cuando mi colega me relató que su niño el primer día de clases en primer grado, regresa a casa y dice rotundamente: No voy más a la escuela. Otra vez un cuento de hadas como en el jardín de infantes y yo creí que en la clase de religión se iba a hablar de Dios. Yo quiero saber de Dios. No voy más.
Cuántas cosas como educadores haríamos diferente si los padres nos transmitiesen sus experiencias vivas y relevantes para la enseñanza. Si se escribiesen en un diario hasta que el mismo niño elabore sus propias experiencias escolares.
Mi esposo al cumplir 60 años escuchó de su madre, partes del diario de su abuela, donde había escrito sobre sus nietos. Y recuerdo su sopresa cuando oyó lo siguiente: No sé que será de este niño, todo es juego, hasta en su silla alta a la mesa no deja de jugar mientras espera su almuerzo, siempre encuentra algo para jugar. Mi marido fue doctor en química, su tesis la elaboró sobre El virus del mosáico del tabaco. y recibió su grado del profesor Buthenandt, premio Nobel en Bioquímica. Fue fundador de Weleda Argentina S.A. un laboratorio cosmético y medicinal, el primero en uso de productos naturales de cultivos  sin abonos  y sin fertilizantes químicos en Argentina. Y su amorosa abuela estaba preocupada que será de ese niño que siempre juega.

El último de estos relatos es un pequeño gran milagro. Una educadora de nivel inicial, una maestra como se la llama en su tierra, tiene una hermanita, Ruth, pequeña aún y decidió escribir sus recuerdos con su hermanita quién vive solita con su papá. Suele llamar regularmente, ya que vive en otra ciudad a casa de su padre. y ya había escrito durante tres noches algunos recuerdos. Su padre le pasa el teléfono ya que la niña quiere decir algo: ¡Hermana! Ayer en la noche vi junto a mi cama un Ángel que traía un libro azul en la mano...
Se trata de la maravilla del cielo abierto que está a nuestro alcance si tenemos presencia de ánimo y oídos para escuchar aún la palabra de los ángeles, que hasta el día de hoy se pueden oir, cuando un niño nos relata su vívida experiencia.



La Loma, domingo 27 de Agosto de 2017
Tatiana Schneider

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