viernes, 8 de septiembre de 2017

Los rusos y su nabo gigante, a veces suele oh! sorpresa ser una zanahoria gigante...








El nabo gigante

Fedorov recorría su huerto como todas las mañanas a la salida del sol, cuanto tuvo una gran sorpresa.
¡Rápido, ven aquí! – Fedorov llamó a su mujer -. Lo planté ayer y mira, casi se le ve crecer. 
- No me gusta - susurró ella. Esto no es normal... me parece muy extraño. 
El señor Fedorov acarició el nabo y dijo: 

- Ya no crezcas más por hoy... Mañana vendré a verte. 
A la mañana siguiente, muy temprano, se despertaron y vieron cómo la luz del sol ondulaba a través de la ventana del dormitorio. Tenía un hermoso color verde pálido. El señor Fedorov se dirigió descalzo a la ventana. 
- ¡Dios mío! - dijo. ¡Santo cielo! 
Su mujer fue a ver lo que estaba mirando. Iba de puntillas, pues el suelo estaba muy frío. 
- ¡Es el nabo! - gritó. Ya sabía yo que algo iba mal apenas lo vi. 
Bajaron al huerto a echarle una ojeada. El nabo era enorme. Se cayeron de espaldas al intentar ver la parte alta y allí se quedaron sentados, mirándolo fijamente. 
- ¿Qué vamos a hacer? - dijo gimiendo la señora Fedorovna. 
- ¡Comerlo! - dijo su marido. Y fue a buscar una escalera y una sierra para cortarlo. 
Y subió y subió, mientras su mujer le sujetaba la escalera. Una vez arriba, empezó a trabajar serrando los tallos de las hojas. Éstas, al caer, cubrieron por completo a la señora Fedorovna, lo cual no le agradó en absoluto. 
Después de que el señor Fedorov la hubo rescatado, se llevaron todas las hojas arrastrándolas. Ató entonces un extremo de una soga a los tallos de las hojas que quedaban en el nabo, y rodeó con el otro su cintura. 
- Ahora, querida - dijo - tú empuja el nabo por aquel lado y yo tiro de él desde éste..., pronto lo podremos sacar. 
Pero el nabo no se movía. 
- Será mejor que tiremos los dos - dijo su mujer. 
Así fue que tiraron y tiraron, pero tampoco esta vez se movió el nabo. 
Los niños que volvían a casa al acabar la clase en el colegio se pararon a mirar. 
- ¡Eh, Ivan! - dijo el señor Fedorov. Ven y ayúdanos a sacar este nabo. 
- ¡Claro! - dijo Ivan, y agarrándose de la cintura de la abuela todos tiraron. Pero el nabo seguía sin moverse. 
Ivan llamó entonces a Aniska, su hermana, que también les ayudó. 
- ¡Tiren... tiren con fuerza! - gritó el señor Fedorov. ¡Vamos! ¡Otra vez! 
Todos hundieron los tacos en el suelo y sus caras enrojecieron, pero por más que lo intentaron, nada movía el nabo. 
- Llamemos a la Yulika - dijo Ivan. 
El señor Fedorov silbó a Yulika, la perra, que también les ayudó a tirar, pero el nabo tampoco se movió. Llegó entonces Kotechok, el gato, que se agarró al rabo de Yulika. 
- Esta vez lo conseguiremos - gritó el anciano. Preparados, listos... ¡tiren ya! ¡Tiren con todas sus fuerzas! Pero ni aún así se movió el nabo. 
De repente, Malek, el ratoncito,  atravesó el huerto a toda velocidad. Kotechok lo agarró rápidamente de la cola con su zarpa. 
- Eh tú. Estás viviendo aquí y no trabajas - dijo Kotechok - así que métete ahora mismo debajo de ese nabo y róelo si no quieres que te roa yo a ti... Luego vuelve y ayúdanos a tirar. 
El ratoncito Malek cumplió la orden y después enroscó su rabo a la cola de Kotechok y comenzó a tirar. 
- ¡A la una, a las dos...! - gritaron al unísono y tiraron todos parejo. 
Finalmente el nabo salió disparado del suelo, al tiempo que caían sobre ellos tierra y piedras como una granizada. Cayeron unos encima de los otros y Malek desenroscó su rabo de la cola del gato y salió disparando. No quería ser aplastado ni mordido por Kotechok. 
Fue entonces que para festejar, el señor Fedorov invitó a todos a cenar. 
- ¡Traigan a sus amigos! - gritó. ¡Traigan a todo el mundo! ¡Ya verán cómo les gusta el potaje de nabo que hace mi mujer! 
Fantástica fiesta. Fue todo el mundo y todos comieron hasta hartarse. Cuando se habían ido, Yulika y Kotechok se echaron una siestecita en la alfombra, el Malek se hizo un ovillo en su agujero y el señor Fedorov y su mujer se sentaron contemplando el fuego. 
- Fue una maravillosa fiesta - dijo el anciano. 
- En verdad, muy buena - asintió su mujer. Seguro que no hay nadie que haya cultivado un nabo tan grande - dijo. En mi vida había visto uno así, y aún sobró mucho nabo. 
- ¡Pero no quiero volver a ver otro nabo en mi vida! - exclamó la anciana. ¡No sabes lo harta que estoy de nabos! 
Silencio... Hasta el reloj había detenido su tic tac. Lentamente, el anciano se volvió hacia ella. 

- ¿Qué hay de malo en ver nabos? Son muy hermosos... Yo, lo que no quiero es volverme a comer otro en mi vida ¡ja ja ja! 
Y el señor Fedorov y la señora Fedorovna se arrellanaron en sus sillones y rieron hasta saltárseles las lágrimas. 
Los animales sonrieron, el reloj volvió a sonar con su alegre tic tac y el fuego chisporroteó una vez más en el hogar.

La zanahoria gigante , falta Aniska, la hermanita de Iván.

La Loma, 8 de Septiembre de 2018
Dedicado a las maestras de  Querétaro, México,

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