Seminario de
Filosofía Práctica
Olivos,
29.06.2007
¿Que decimos
cuando decimos Amor?
La respuesta de
Platón en el Banquete, 203 b-e
Gerald Cresta
El
tema del amor es uno de esos temas sobre el que podríamos hablar en más de una
reunión, y que seguramente no agotaríamos nunca. La presencia del amor es tan
vasta, que incluso en donde no se encuentra, parecería que toda la realidad
padece su ausencia. Difícil de definir, pero evidente por sí mismo, con la
potencia inusitada del instante, llevó a San Agustín a decir „Somos, en la
medida en que amamos“, una propuesta de definición del hombre bajo el signo
condicionante del amor, que todavía hoy resuena incluso en las filosofías más
escépticas, a pesar del extendido giro cartesiano „pienso, luego existo“.
Por
eso quiero referirme sólo a un modo de comprender, de interpretar el amor. Y el
hecho de que esta aproximación sea filosófica nos permite recurrir a un texto
platónico, el Banquete, en donde se
nos ofrece no una teoría, sino una experiencia del amor.
Vamos
a partir de la base del nombre mismo, para avanzar desde nuestra pregunta
inicial ¿qué decimos cuando decimos amor? Es evidente que todos tenemos una
noción que se aproxima en mayor o menor medida a la experiencia personal
propia, sin embargo, como lo conocido no por eso es siempre reconocido, al
decir de Hegel, les propongo recorrer brevemente algunas de las concepciones
básicas del término, como para tener después un soporte a partir del cual
presentar y comparar la interpretación platónica.
Las
distintas vivencias del fenómeno del amor hacen que el lenguaje común se
refiera al término con significados diferentes y contrastantes. Una selección
ordenada de estos significados nos puede permitir a su vez un ordenamiento en
los significados filosóficos del concepto.
En
primer lugar, la palabra amor designa una relación de pareja cuando esta
relación es selectiva y electiva, y vemos que se encuentra presente una suerte
de amistad y afectos determinados, como la ternura, la solicitud, etc. Esta
significación nos sirve para distinguir entre el amor y las relaciones sexuales
propiamente dichas, es decir, de base puramente sensual, y que no están
fundadas en la elección personal, sino en el deseo impersonal y anónimo. Por
eso nos sorprendemos a menudo al comprobar un uso tan extendido de la frase
„hacer el amor“ aplicada impropiamente a cualquier relación sensual.
En
segundo lugar tenemos que el amor indica una diversidad de relaciones
interpersonales, como el amor de los amigos, de la madre hacia los hijos, etc.
También aquí podríamos hablar del amor entre los cónyuges, incluso sin
mediación de relaciones sensuales, como en el caso anterior.
Una
tercera aproximación nos hace entender el amor como referido a cosas, a objetos
inanimados, por ejemplo se habla del amor a los libros, el amor al dinero, etc.
En
cuarto lugar, habría un tipo de amor semejante al amor por objetos, sólo que en
este caso los objetos serían objetos ideales, y entonces hablamos de amor a la
justicia, a la gloria, al bien, etc.
En
un quinto lugar, ubicamos al amor por determinadas actividades o formas de
vida: amor al trabajo, a la profesión, al juego, al lujo, a la diversión, etc.
Un
sexto significado nos permite hablar del amor por comunidades, como cuando
decimos que es noble sentir amor a la patria, al partido, etc.
Por
último, en séptimo lugar, ubicamos otro tipo de amor distinto de los demás: el
amor desinteresado al prójimo, no ya porque lo hemos elegido como nuestro amigo
o nuestra pareja, tampoco porque pertence a una comunidad como aquella de la
que yo también formo parte, no porque es mi vecino o mi pariente, sino
simplemente porque es un ser humano. Este amor se vincula estrechamente, en la
historia, con el consejo de todas las doctrinas religiosas, y por eso de alguna
manera es posible aquí también hablar del amor a Dios.
Esto
en cuanto al lenguaje común. Es cierto que muchas de estas acepciones se
parecen, con lo que podríamos incluso reducir la lista, como por ejemplo si no
llamáramos amor a la relación sexual ocasional y anónima, precisamente porque
partimos de una primera definición que habla del amor en términos de relación
electiva y de compromiso personal recíproco. También podríamos evitar llamar
amor a la tercera definición, el amor a los objetos inanimados, pensando que en
realidad aquí la palabra amor se usa para designar un deseo de posesión, cuando ese deseo toma la forma
de una pasión. ¿Y qué hay de lo que llamamos amor a los objetos ideales? ¿No
implica este sentimiento más bien un compromiso moral que estaría dirigido a
señalar los límites y condiciones de la actividad del individuo en una
comunidad dada? Algo similar podríamos decir del punto quinto: el amor a una
actividad, ¿es realmente amor en el sentido de una entrega desinteresada, o en
todo caso indica un interés más o menos dominante, es decir, una actitud de la
persona que al actuar espera una cierta retribución? Si es así, entonces
también podríamos substituir „amor a la actividad“ por „pasión por la
actividad“. Es evidente que quizás muchos de los que dicen amar su trabajo
dejarían de amarlo si no obtuvieran nada a cambio, o lo seguirían amando (en el
sentido de una vocación), pero se dedicarían a otra actividad que les
permitiera obtener beneficios materiales, además del placer por el placer
mismo.
¿Qué
nos deja en limpio este análisis en el que dejamos fuera de la selección
algunas definiciones? Podríamos hablar de significados propios y de otros no
tan propios. Los significados específicos o irreductibles serían entonces el
primero (amor como relación entre ambos sexos con una base de compromiso
personal); el segundo (amor entre parientes, amigos, ciudadanos, etc.); el
sexto (el amor a la patria, al partido, etc.) y el séptimo (amor al prójimo,
amor a Dios). Todos estos usos tendrían en común algunas afinidades, por
ejemplo: el hecho de que el amor designa en cada caso un tipo específico de
relaciones humanas, que se caracterizan por la solidaridad y la concordia entre
los individuos que participan de la relación. También se puede ver que el
deseo, y particularmente el deseo de posesión, no es necesariamente
constitutivo del amor, porque vimos que es discutible si entra o no en el amor
sexual, y por tanto lo debemos excluir de los significados segundo, sexto y
séptimo, es decir, de aquellas relaciones entre familiares, las que se refieren
al amor a la patria y las del hombre con su prójimo o con Dios. Y por últimos,
un tercer aspecto en común es que ese carácter específico del amor, la
solidaridad y concordia, no puede determinarse de una vez y para siempre,
porque resulta diferente de acuerdo a las diferentes formas de relación y de
acurdo a los diferentes grados de familiaridad de de forma emotiva. Por
ejemplo, no es el mismo amor el que siento por la patria que el que siento por
mis parientes o por Dios; ni tampoco es el mismo amor en que siento, dentro del
círculo de mis familiares, por mi hijo o mi esposa, que el que me inspira un
tío, o una abuela; e incluso también entran en juego las diversas etapas
biológicas en la viviencia de un mismo amor, como es el caso concreto del amor
entre cónyuges, que siendo siempre el mismo amor, sin embargo va sufriendo
modificaciones a lo largo del tiempo.
Para
los griegos, el amor fue entendido en general como la fuerza armonizadora y
unitaria que se encuentra presente sobre todo en el fundamento del amor sexual,
pero también de la concordia política y de la amistad. Conocida es la frase de
Aristóteles cuando define la amistad como „un alma que tiene dos cuerpos“.
Filosóficamente hablando, el amor sería entonces la fuerza que mueve las cosas
y las lleva y las mantiene juntas. Pero de entre todos los pensadores griegos,
Platón fue el primero que se ocupó no sólo de entender al amor como una
instancia de atracción, como aquello que me mueve hacia algo o hacia alguien,
simplemente porque soy un ser vivo, orgánico, sino que además se ocupó del tema
más allá de su positividad histórica, de su realidad concreta en cada
manifestación, es decir, más allá de lo que el amor significa en el curso de
nuestra vida; y escribió un texto, el Banquete,
en el que el tema del amor es, por decirlo así, el invitado principal y objeto
de todas las reflexiones que se llevan a cabo. Estas reflexiones adoptan la
forma de una serie de discursos elogiosos sobre el amor.
Veamos
brevemente una descripción de lo narrado en el texto. Escrito en forma de
diálogo, como la mayor parte de la obra platónica, el Banquete nos presenta una situación concreta, una reunión amena
entre amigos donde se come y se bebe, pero realizada con una finalidad
específica: escuchar a varios expositores que discurrirán sobre el amor. Así,
comienza la serie de discursos hasta que finalmente le toca el turno a
Sócrates, maestro de Platón. Pero antes de Sócrates ha hablado Agatón, y cuando
éste cede la palabra al maestro, Sócrates no hará, como han hecho todos los
demás oradores, un discurso en el que señale diversas cualidades del amor, sino
que en primer lugar se dirige a Agatón, quien ha declarado que el amor es bello
y gracioso, y le pregunta si el amor es deseo de lo que se posee o de lo que no
se posee. Si hay que admitir que es deseo de lo que no se posee, y si el amor
es deseo de la belleza, entonces hay que concluir que el amor no puede, por él
mismo, ser bello, puesto no posee la belleza. Una vez que Agatón es llevado a admitir
esto, tampoco Sócrates pasa ahora a pronunciar una teoría sobre el amor, porque
él mismo siempre se presenta como aquel que no sabe nada, sino que va a contar
lo que le dijo acerca del amor una sacerdotiza llamada Diotima durante una
conversación que en otro tiempo tuvo con ella.
El relato es
el punto de partida para una intepretación del amor en términos no sólo
filosóficos, sino además mitopoéticos:
„Cuando
nació Afrodita, estuvieron festejando los dioses y, entre ellos, también el
hijo de Metis, Poro. Terminada la comida, como era habitual en una fiesta,
llegó Penía para mendigar y andaba rondando las puertas. Así las cosas, Poro,
borracho de néctar, pues todavía no existía el vino, tras entrar en el jardín
de Zeus cayó dormido tórpemente. Entonces Penía, motivada por su propia
carencia de recursos, tramando hacerse hacer un hijo de Poro, se acuesta junto
a él y concibe a Eros. Por ello ciertamente Eros ha nacido como acólito y
servidor de Afrodita, por haber sido engendrado en medio de los festejos de su
nacimiento, y es por su naturaleza amante de lo bello, por ser Afrodita
realmente bella.“ (Banquete, 203 b-c)
En esta
primera parte del relato tenemos entonces la presentación de una fiesta en el
Monte del Olimpo, morada de los dioses inmortales, con motivo de honrar el
nacimiento de una diosa, que será en adelante conocida como la diosa del amor,
Afrodita, por su delicadeza y extrema belleza. Está también presente el dios
Poro, la personificación del recurso, de la riqueza, que paseando por el jardín
se queda dormido por haber tomado demasiado néctar, la bebida de los dioses.
Entonces aparece Penía, la personificación de la pobreza, de la carencia de
recursos, siempre mendigando en las reuniones festivas, donde abunda la comida
y la bebida. Por su propia naturaleza carenciada, Penía buscará a Poro, y
concebirá un hijo, Eros. ¿Qué características tendrá este hijo? En este primer
fragmento se nos dice que no es casual que Eros siempre tienda hacia la
belleza, porque justamente es concebido el día en que nace la belleza. De ahora
en más, podríamos decir, el amor será siempre y en primer lugar aquello que se
siente atraído por lo bello, y esto es de gran importancia para comprender lo
que Sócrates dirá después acerca del amor. ¿Y qué otra característica tendra
Eros? Veamos cómo sigue el relato:
„Así
pues, por ser hijo de Poro y de Penía, le ha tocado en suerte esta condición:
en primer lugar, por la naturaleza de su madre es siempre pobre y está muy
lejos de ser delicado y bello, como piensa la mayoría, sino que es rudo y
enjuto; descalzo y sin techo, duerme siempre en el suelo, sin mantas; se
acuesta a cielo abierto en los portales y en los caminos, siempre compañero
inseparable de la indigencia. Pero a su vez, por parte de su padre, anda al
acecho de bellos y nobles, es viril, intrépido, hábil cazador, siempre
maquinador de recursos, ansioso de saber, ingenioso, filósofo de por vida,
temible hechicero, hacedor de encantamientos y sofista.“ (Banquete, 203 d-e)
Aquí se nos
muestra otra faceta del amor: por un lado es indigente, necesitado; por el
otro, hábil buscador de recursos, intrépido, hacedor de encantamientos. En esta
mezcla de pobreza y riqueza, la naturaleza del amor tendrá esta condición: la
de buscar siempre aquello de lo que carece, porque lo necesecita, y a la vez la
de ser lo suficientemente hábil para conseguirlo. ¿Y qué es aquello de lo que
carece? La belleza, en primer lugar. Amor es búsqueda de la belleza en
cualquiera de sus formas, porque la belleza actúa sobre el amor de manera
irresistible, ofreciéndole lo que él no posee.
En este
relato, la sacerdotiza Diotima narra una historia mítica con habilidad y hasta
buen humor, y es una historia que se aplica tanto a Eros como a Sócrates, es
decir, al filósofo. El filósofo, en la concepción platónica de la sabiduría no
como un saber puramente teórico, sino como un saber hacer, un saber vivir, será
aquel que siempre tiende a la belleza de la sabiduría, primero por ser
conciente de no tenerla, es decir, de no ser sabio, y segundo porque ha descubierto
que las bellezas del mundo sensible, la belleza de las cosas, son muestras en
las que resplandece la forma pura de „la Belleza “, del arquetipo eterno e incorruptible. Y
esta belleza que no perece es la belleza de la sabiduría. El Eros-Filósofo,
buscará la belleza en la búsqueda del conocimiento.
Sigamos un
paso más el relato de Diotima. Hay, dice Diotima, dos categorías de seres que
no filosofan: los dioses y los sabios, porque precisamente son sabios, y los
insensatos, porque creen ser sabios. Esto es evidente: quien posee ya el saber,
como es el caso de los dioses, jamás buscarían algo que no necesitaran; y aquel
que, por ignorante, no sea conciente de su necesidad, tampoco buscará lo que no
cree necesitar.
Pero Sócrates
pregunta entonces: „En estas condiciones, ¿cuáles son, Diotima, los que
filosofan puesto que no son ni los sabios ni los insensatos?“ Contesta Diotima:
„Hasta
para un niño es ya evidente que son los que están en medio de estos dos, entre
los cuales estará también Eros. La sabiduría, en efecto, es una de las cosas
más bellas y Eros es amor de lo bello, de modo que Eros es necesariamente
amante de la sabiduría, y por ser amante de la sabiduría está, por tanto, en
medio del sabio y del ignorante. Y la causa de esto es también su nacimiento,
ya que es hijo de un padre sabio y rico en recursos y de una madre no sabia e
indigente.“
En esta
visión platónica del amor vemos que se recogen y conservan los caracteres del
amor sexual, pero al mismo tiempo se generalizan y se subliman. En primer lugar,
el amor es conciencia, insuficiencia, necesidad y, a la vez, deseo de
conquistar y de conservar aquello que no se posee (200 a ss.). En segundo lugar,
el amor se dirige hacia la belleza, que no es otra cosa que el anuncio y la
apariencia del bien y es, por lo tanto, deseo del bien (ibid. 205 e). En tercer
lugar, el amor es deseo de vencer a la muerte (como queda demostrado por el
instinto de generar propio de todos los animales) y es, por ello, la ruta por
la que el ser mortal intenta salvarse de la mortalidad, sin permanecer siempre
igual, como es el ser divino, sino dejando tras de sí, en vez de lo que
envejece y muere, algo nuevo que se le asemeja (208 a , b). En cuarto lugar,
Platón distingue tantas formas de amor como formas de belleza, comenzando por
la belleza sensible para terminar con la belleza de la sabiduría, que es la más
alta de todas, la belleza verdadera, podríamos decir, y cuyo amor, la
filosofía, es por tanto el amor más noble (210 a ).
Platón
nos dejó no sólo unas consideraciones acerca del amor como fenómeno sensible,
emotivo, sino además toda una metafísica del amor, modelo que habría de ser
adoptado en muchas ocasiones por la historia de la filosofía. Su idea del
filósofo expuesta en el Banquete,
como amante de la sabiduría, es una representación de lo que será el programa
mismo del filosofar de ahí en adelante, y adquiere una tonalidad al mismo
tiempo irónica y trágica. Irónica, porque el verdadero filósofo será siempre
aquel que sabe que no sabe, que sabe que no es sabio, y que por consigiente no
es ni sabio ni no sabio, que no está en su lugar ni en el mundo de los
insensatos ni en el de los sabios, ni totalmente en el mundo de los hombres ni
totalmente en el mundo de los dioses, inclasificable, torturado y desgarrado
por el deseo de alcanzar esa sabiduría que se le escapa y a la que ama. Como
Kierkegaard, el cristiano que quería ser cristiano, pero que sabía que sólo
Cristo es cristiano, el filósofo sabe que no puede alcanzar su modelo, y que
jamás será totalmente lo que desea.
Y
sin embargo, el filósofo, como Eros, no sólo es un intermediario entre dos
mundos, sino que juega un papel de mediador. Como Eros, la figura del filósofo
que nos presenta Platón sería el encargado de revelar a los hombres algo del
mundo de los dioses, del mundo de la sabiduría. Curiosamente y a la inversa de
lo que generalmente entendemos por filosofía, asistimos en este texto de Platón
a una filosofía que aparece no como conocimiento teórico, sino como experiencia
del amor.
Se imprime en el blog sin revisión de su autor pero he estado presente y ha sido para mi muy enriquecedor, pienso por ello que puede ser fructíferos para otros lectores interesados en el tema,
La Loma, Tatiana Schneider 5 de Abril de 2017
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