Olga Kiekebusch es terapista ocupacional y carpintera, en un orden u en otro, y también una abuela inquieta, que recuerda claramente sus estadías de la infancia en la casa isleña de sus padres, donde aprendió a saborear el perfume de la madera fresca y a detener la mirada en la naturaleza. Olga vive en Boulogne y suele encontrar refugio en el parque del Museo del Juguete, donde lee debajo de sus árboles. Un lugar entrañable para ella al que regresó el domingo 19 de agosto para enseñarle a niños y niñas, y también a cuanto adulto se acercó, a construir juguetes de madera, como parte de la iniciativa Juguetes hechos en casa, con motivo del Día del Niño, que también incluyó la exhibición de juguetes caseros y propuestas lúdicas en las salas y el jardín.
“Nosotros vivíamos en Buenos Aires, pero íbamos a la isla todos los fines de semana y los veranos. La casita estaba en el Canal del Este y se llamaba El Rancho Chico. Al anochecer se prendía el farol sol de noche y las compras las hacíamos en el almacén El fondeadero, cerca del Canal Honda. Íbamos a remo, salíamos a la mañana y regresábamos a eso de las 3 de la tarde. Ahí se vendía carne, botas, había mesas de pool, era el lugar de encuentro, frente a la escuelita… Con las inundaciones todos nos mudábamos a la casa más alta hasta que bajara el agua, lo cual podía demorar varios días, pero no la pasábamos mal. Era un momento de encuentro. Con la bajante, nos volvíamos a juntar para armar o reparar las casas más dañadas. Dependíamos de la naturaleza y de la solidaridad”.
“Desde chica tuve un gran amor por esa fuerza de crecimiento incontenible plasmada en la naturaleza y, sobre todo, en los árboles. Era feliz trepándome a los árboles en busca de la mejor ramita para hacer mis casitas y barquitos”.
Durante la hora de taller, Olga no dudó en estirarse en el suelo para ver de cerca el giro perfecto de los trompos y las caras de asombro de la veintena de chicos, y también la de papás y mamás, abuelos y abuelas, que se sumaron a la actividad.
“El intercambio generacional que se da en ese museo es estupendo. Es un espacio de mucho respeto y encuentro, donde se respira el buen trato. Realmente estoy admirada por el grupo de gente que allí trabaja y por la protección que se brinda a la familia y a la niñez…Durante el taller, mientras agujereaba con el taladro una mamá me dijo: Claro, a mí también me gusta jugar. Y no me costó advertir en su rostro el renacer del niño que todos llevamos dentro. En todos los participantes, más allá de la edad, noté la sensación de que deseaban que ese momento se extendiera”.
Un taller del que los participantes salían con la producción bajo el brazo, desde uno a varios trompos hasta algunos baleros, luego de transitar por una mesa donde se lijó y preparó el material, por otra en la que se cortó la madera con serrucho de palitos giratorios y, finalmente, por la mesa donde se agujereó con taladros manuales y antiguos, de los que casi ya no se ven en acción.
“Casi todos los niños tratan, en algún momento, de desarmar los juguetes industrializados para ver qué hay dentro. Es clave que construyan sus propios juguetes y sepan cómo son por dentro. No se trata de que los padres satisfagan sus necesidades y las de sus hijos comprando en la juguetería. Construir el propio juguete es sanador, porque nos invita a movernos. Todo chico que salta una soga tiene una sonrisa, es la alegría del movimiento. Con las tablets los niños están en una especie de cárcel, apenas mueven un dedo. Hoy los médicos indican caminar, moverse, correr, saltar. Moverse es ser libres y si a ese movimiento le agregamos sentido, contenido, como puede ser construir un juguete, más todavía”.
Olga vive en Manuelita Rosas, entre Drago y La Calandria y tiene fama de arreglatodo, desde el calefón o un enchufe hasta el marco de una puerta. “Hoy las mamás arreglan las cosas de la casa, los papás cambian los pañales de sus hijos, cocinan, hay una configuración nueva de familia, de cooperación, ya no hay límites entre las tareas masculinas y femeninas. Está bueno animarse a esos cambios”, afirma la terapista ocupacional, que trabajó en el Hospital Italiano y otras instituciones, y echó mano a la carpintería, al bordado y a la cerámica como herramienta terapéutica.
Cuando quedó embarazada se refugió en el taller de su casa y durante cinco años el hogar se mantuvo con la fabricación de juguetes de madera y didácticos, que llama inteligentes porque ayudan al desarrollo de los niños. De eso también se ocupa en la Escuela San Miguel Arcángel, en Villa Adelina, donde asesora en actividades artísticas y manuales, y dicta clases prácticas de carpintería a niños desde el Jardín de Infantes.
“Siempre trato de desarrollar el pensamiento en los niños y niñas, de que intenten buscar soluciones a los problemas. Pensar para desarrollarse, para entender cómo gira una rueda o acciona una palanca que ellos mismos construyeron. La matemática, la física o la geometría resultan mucho más fáciles de entender cuando se las aborda desde la práctica y el disfrute, y… ¿puede haber más disfrute para un niño que construir su propio juguete?”.
“La paciencia es una de las condiciones más importante para un carpintero, sumado a la tenacidad, la constancia y la creatividad. Un trompo debe girar del mejor modo, hay que imaginarlo y buscar el equilibrio perfecto, hay que moldearlo con paciencia, la misma paciencia que debemos tener para moldearnos como mejores personas”.
Olga Kiekebusch se casó y se divorció, tiene cuatro hijas, que hoy rondan entre los 28 y los 36 años, e igual número de nietos. También atesora la firme convicción de saber que hijas y nietos le enseñaron a vivir y jugar.
Editado en San Isidro Cultura. Org.
*El Museo del Juguete abre de miércoles a viernes, de 11 a 17, y los fines de semana y feriados, de 13 a 17. Bono contribución, $ 5. Contacto: 4513-7900; http://museodeljuguetesi.org.ar/