Poesía para la luz
Silencio. Mucho silencio. Y un frío helado me
convoca hacia mí. Mi alma se ensancha, se amplifica, y todo lo que ocurre a mi
alrededor comienza a suceder adentro. La Tierra está en silencio, ha enmudecido
todo su cariño, y esta alma mía quiere separarse de la noche inhóspita, de las
estrellas congeladas, de las hojas tristemente caídas, de los colores perdidos.
Pero esta alma mía quiere erguirse en su propia
luz y crear en sí misa una noche habitable, unas estrellas cálidas, unas hojas
dulcemente caídas y unos colores encontrados. Y todo yo tengo un abismo adentro
y no tengo miedo de mirar y buscar las luces y la vida que allí guardo. Pues
creo en este abismo, creo en esta mañana desolada, creo en las semillas que
aguardan, creo en los árboles que no declinan, que esperan de pie por las hojas
y las flores, confiados de la vida y del porvenir.
Creo en mi alma y con mi alma. Y no tengo dudas
respecto de este silencio y la canción que entonamos juntos, esta armonía
terrestre tan repleta de cielo.
Tengo en mí la oportunidad de decirle a mi alma
todo lo que preciso decir y nadie ni nada puede privarme de decir lo que
preciso decir. Y lo que preciso decir, solo yo puedo decirlo. Y solamente puedo
hacerlo porque me he permitido este silencio, este detener
el universo. Porque este mundo interior que tengo, solo yo puedo alimentarlo. Y
puedo inventarlo de nuevo, cada vez que lo quiera. Porque yo quiero ver la luz
que está mi centro. Y para verla, para que todo el mundo pueda verla, esa luz precisa
estar conmigo y que yo esté con ella y le abra un camino entre el sol y la
noche, para que el sol pueda hundir sus rayos en mí, y mantener así encendida
la luz en mi pecho y poder decir: tengo camino, tengo guía y voy conmigo y un
sol adentro alumbra mi camino.
Para la Fiesta de la Luz de 8vo grado en el
monasterio
Martín S. Godino Julio 2016
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