Cuando
Dios creó las flores, les preguntó a cada una: “¿Cómo te vamos a vestir?”
Algunas querían ser grandes y robustas, otras deseaban exhalar dulces perfumes.
Una prefería tener flores rojas, otras azules y otras también blancas. Y Dios
concedía todos sus deseos.
Así fue como un día se dirigió a una flor: “Tú, pequeña criatura, dime tus
deseos más queridos. “¿Quieres crecer o quedarte pequeña? ¿Quieres llevar
flores rojas, amarillas o azules?”
“Yo sólo
tengo un deseo”, respondió la planta. Me encantaría conservar mis flores hasta
el nacimiento del niño Jesús si es posible. En cuanto al resto, me presto a
todo: tanto a trepar como a llevar espinas”.
Amablemente
Dios sonrió creó… al cardo mariano.
Este
cardo crece en el suelo, sus hojas están llenas de espinas, pero sus flores
brillan como estrellas de plata que se abren justo en Navidad, para saludar al
niño Jesús.
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