Cuentan que en las antiguas tierras orientales, los dioses aún
eran perceptibles para el ojo y el oído. Hoy todo hemos perdido, mas alguna
señal el Cielo Estrellado conserva, aquello antaño sucedido.
Chang-O, la Diosa Luna de la Noche Azul en sus cuatro vestidos y sus cambios nocturnos,
día a día, sola se sentía en la gran inmensidad. Las estrellas tan lejanas
ellas. El Sol y la brillante Luna, tenían sus tiempos de mirarse a la
distancia. Tan apartado él, tan solitaria ella en las celestes lejanías.
La Diosa Luna de la Noche Azul fue al Creador del Universo en el Palacio
Celeste, le relató su pasar tan solitario, y este en comprensión le habló de
tres fieles, ermitaños ellos, quienes se esforzaban por ganar la Gracia del Cielo
Divino. “Te permito que desciendas a la Tierra , los visites, uno de ellos podrá entonces
ser tu compañero, el que tú elijas”.
La Divina Luna del Cielo Nocturno comenzó su sendero, se convirtió
al tanto en Peregrino, descendió al Valle de los Hombres y comenzó su búsqueda: la de los tres
ermitaños.
Pronto divisó al primer eremita, noble, su casa con puertas en sus
goznes, protegida por una verja de hierro antiguo. Con su cayado se anunció,
sólo se abrió una ventana, a ella se asomó aquel quien a gritos le dijo: “Aquí no damos albergue a pordioseros, cada cual en su camino” y
con estruendo cerró... hasta las persianas. El Peregrino apenas alcanzó a ver
un conejo oscuro, negro. Y debió seguir su camino, sin comer y sin dormir.
Al segundo día llegó a una segunda eremita, mas sencilla con techado
de paja, se anunció y rogó albergue y pidió protección por esa noche. Un conejo
gris le permitió entrar. “Pasarás la
noche aquí, allí en el rincón tienes un jergón, pero no recibirás de mí, alimento, apenas tengo lo
suficiente para mi mismo”. El Peregrino, nuestra Luna Celeste del Cielo
Nocturno, se recogió sobre el vergel seco del jergón. Así pasó la noche,
acuciada por el hambre y por el ramaje, maltrecha al amanecer. Y a la Aurora Luminosa
en Todos los Colores, debió nuestra Luna seguir su camino, sin comida, mal dormida y sin el descanso
reparador de la noche.
Al tercer día de camino, el Peregrino, nuestra Divina Luna Celeste
del Cielo Nocturno Azul, casi no podía vislumbrar la eremita si no fuese que el
ermitaño mismo, divisándolo de lejos se le fue acercando y le guió. Era un
conejo blanco y le dijo: “Padrecito Peregrino,
ven aquí a la entrada de mi pobre morada, tendrás donde reclinarte, un tronco
talado al pie te servirá para descansar tu agotado cuerpo, como ves mi árbol
hueco sólo tiene lugar para uno y éste te lo ofrezco para pasar allí la noche.
Padrecito Peregrino, conversa conmigo y digamos nuestras ofrendas y oraciones,
ellas nos alimentarán, otra cosa no poseo, todo tú bien lo ves.”
El peregrino cansado y hambriento no podía decir sus oraciones
sólo murmuraba de hambre y de cansancio. Tal congoja sintió el conejo blanco acopiando valor dijo: “Padrecito Peregrino ¿Tú
comes carne?” Y recibió por respuesta: “Sí,
tan cansado está mi cuerpo, tanta
comida preciso.” Nuevamente el conejo blanco volvió a preguntar: “¿Tú comes carne?”. E iba recogiendo
ramas secas del alrededor cercano. El peregrino respondió: “Tanta comida preciso, tres días han pasado y estoy al fin de mis fuerzas”. El conejo blanco tenía ya un buen
montículo de ramas acumulado y volvió a
preguntar: “Padrecito Peregrino ¿Tú comes
carne?”. Este ya no soportó la pregunta y brusco contestó: “Cualquier cosa para saciar mi hambre y mitigar mi cansancio”. Antes que dejasen
de resonar estas palabras, la
Luna vio al conejo blanco en el centro de la pira encendida.
Y tarde... ya fue.
Retomó la hermosa Luna Celeste del Cielo Nocturno Azul su figura y
regresó al cielo. Fue hacia el Creador del Universo en el Palacio del Cielo Celeste,
relatar deseaba lo sucedido, no haber podido dar salvación y volver sin
compañero elegido.
Cuentan en la antigua India y hasta en la lejana China, y ahora lo relató yo
aquí para ustedes para que sea perceptible para el oído y el ojo, la sorpresa
de la Divina Diosa Luna del Cielo
Nocturno Azul al ver sentado en el regazo de Dios Padre, Creador del Universo, de
los Cielos y la Tierra en el Palacio del Cielo Celeste, al conejo blanco.
El Divino Creador puso en mano de la Diosa Luna del Cielo Nocturno
a su Compañero Jade Celeste. Y... todos podemos desde ese entonces y hasta hoy día, verlo,
en las noches serenas cuando las estrellas empalidecen un poco, pues la Diosa Luna
en su vestidura completa, resplandece serena y a todos muestra, sentado en su
regazo, el conejo blanco.
Rudolf Steiner en una de sus conferencias dice que en las
antiguas civilizaciones orientales ya se conocía la imagen del conejo y la
imagen del sacrificio para la época futura, donde para Pascua de Resurrección
tenemos el Jueves y el Viernes Santo, el sacrificio, la salvación de las almas
y luego la benéfica bendiciente Resurrección.
En el Medioevo el conejo fue la imagen para el neófito, aquel que
inicia un sendero de perfección.
Una maestra Waldorf encontró en la literatura de Oriente esta
leyenda y se publicó hace varios años en el semanario “Das Goetheanum”., de Dornach, Suiza.
Y acabo de recrear el relato de esta manera en versión castellana.
Luna llena en el hemisferios sur. .Octubre 2017 |
Tatiana Schneider. Buenos Aires,
Viernes 26 de Marzo de 2007.
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