Muerte no te envanezcas, aunque te hayan dicho
Poderosa y temible, pues no eres así,
Porque aquellos a quienes crees abatir
No mueren, pobre muerte, ni tampoco puedes matarme a mí.
Del reposo y del sueño, que no son sino tu imagen,
Mucho placer, de ti entonces mucho más ha de provenir.
Y muy pronto los mejores de los nuestros contigo se van,
Descanso de sus huesos, y liberación de sus almas.
Eres esclava del hado, del azar, de reyes y desesperados,
Y con veneno, guerras y enfermedad convives;
Y amapola y hechizos pueden hacernos dormir igual,
Y más fácil aún que tu estocada, ¿por qué te ufanas, pues?
Tras un breve sueño, despertamos para siempre
Y la muerte ya no ha de existir, Muerte tú habrás de morir.
John Donne
La encrucijada
Poderosa y temible, pues no eres así,
Porque aquellos a quienes crees abatir
No mueren, pobre muerte, ni tampoco puedes matarme a mí.
Del reposo y del sueño, que no son sino tu imagen,
Mucho placer, de ti entonces mucho más ha de provenir.
Y muy pronto los mejores de los nuestros contigo se van,
Descanso de sus huesos, y liberación de sus almas.
Eres esclava del hado, del azar, de reyes y desesperados,
Y con veneno, guerras y enfermedad convives;
Y amapola y hechizos pueden hacernos dormir igual,
Y más fácil aún que tu estocada, ¿por qué te ufanas, pues?
Tras un breve sueño, despertamos para siempre
Y la muerte ya no ha de existir, Muerte tú habrás de morir.
John Donne
John Donne 22.1.1573 - 31,3.1631 |
Cuando uno llega a vivir más de ochenta años, ya no puede evitar pensar
seriamente en la muerte que se acerca inexorable. Todos sabemos, en
teoría, que hemos de morir en algún momento. Digo “en teoría” porque no lo
creemos realmente hasta haber alcanzado por lo menos el hito promedio de la vida
–alrededor de los 42 años, a menos, por supuesto, que alguna grave enfermedad o
accidente lo haya adelantado.
Pero con “más de ochenta”, el mensaje se vuelve claro en serio. Uno tiene
suerte si aún conserva algún diente original; con toda seguridad, usa anteojos
o lentes de contacto, su paso es lento, sus reacciones, embotadas. Si
queremos ajustarnos al modelo de la picazón del séptimo año, el hombre alcanza
su plenitud física entre los 21 y los 28 años. Pasando esa edad, si se dedica a
alguna actividad física que requiera un alto nivel de precisión, notará una
disminución en su precisión y un aumento de la cantidad de energía que necesita
para lograr el mismo resultado que antes. A los 42 años, la cuesta abajo de la
mortalidad se hace espantosamente evidente, razón por la cual se esquiva la
necesidad de usar anteojos sosteniendo la página cada vez un poco más lejos,
hasta que la verdad ya no se puede ignorar.
La pregunta existencial, “¿Por qué estoy aquí?”, nos golpea como una
potente izquierda a la mandíbula. No sabemos la respuesta, así que es mejor
ignorarla: ¿por qué preocuparse por algo sobre lo que no podemos hacer nada?
Pero algo ha cambiado. Quizás sea el momento de cambiar de cónyuge, comprar esa
motocicleta que siempre hemos ansiado, dejarnos la barba. O, mejor, tirar todo
por la borda y marcharnos a Costa Rica o a la India –si es que ya no hemos
hecho alguna de esas cosas en nuestra tierna juventud, cuando correspondía. A
menudo, sin embargo, abrir estas válvulas de seguridad no resulta práctico
debido a las responsabilidades familiares –especialmente los hijos–, las
ambiciones profesionales, o simplemente al puro miedo, todo lo cual termina por
causar remordimiento y, en los peores casos, desesperación. Después de todo, el
peor remordimiento es por los pecados no cometidos.
Para ajustarnos al tema del título, tenemos que definir primero qué
queremos decir con la palabra “muerte”. Cuando morimos estamos muertos. ¿No es
así? Quizás no. Depende de si consideramos que somos seres exclusivamente
físicos. Entonces sí, cuando morimos –lo cual, recuerden, habrá de ocurrir
inevitablemente –, estamos muertos… punto. Pero si también tenemos alma y/o
espíritu, la cuestión se complica bastante, puesto que ahora debemos preguntarnos
si, cuando el cuerpo físico muere, también muere el alma y/o el espíritu.
Hay abundante evidencia de que el cuerpo físico existe. No se rían. Ciertos
filósofos y místicos han afirmado que todo es ilusión, “maya”. René Descartes
sostuvo lo contrario: “Pienso, luego existo.” Samuel Johnson, irritado con
Berkeley por afirmar que los objetos físicos no existen cuando no son
observados, pateó una enorme piedra diciendo: “¡Lo retruco así!” Con o sin el
aporte de tales mentes excelsas, podemos estar bien seguros de que el cuerpo
físico existe. Lo podemos ver, sentir, padecer a causa de sus enfermedades o
porque no siempre hace o siquiera es lo que nosotros queremos.
Hay un personaje que veo en televisión de vez en cuando. Es un astrofísico
de nombre imponente: Neil de Grasse Tyson y es director del Planetario Hayden
de Nueva York. Experto “cool” si los hay. Su tarea consiste básicamente en
explicar la cosmología en términos sencillos para los legos. La última vez que
lo vi, el conductor del programa, Bill Maher, preguntó, cuando Tyson acabó de
explicar el universo en cinco minutos: “¿Y todo es aleatorio, no?” Tyson sonrió
como si estuviera conversando con un niño: “Sí, es aleatorio.” Si yo hubiera
estado allí, le habría preguntado cómo sabe que es aleatorio. Pero Bill Maher,
un comediante ateo profesional, sólo sonrió, ya que eso era lo que quería
escuchar. Eso, de boca de un famoso astrofísico, era suficiente evidencia para
él.
Pero no para mí, no, señor. Miren, ese astrofísico sabe mucho más que yo
sobre la mecánica del universo, la velocidad y densidad y tamaño de los
planetas y de otros cuerpos celestes, pero eso no significa que sepa el por qué
del cosmos ni cómo empezó todo. (Sé del “Big bang”, pero eso no es suficiente.)
De modo que, en este aspecto, Tyson es un ignorante ultraeducado, así como Bill
Maher es un comediante muy gracioso y ultraegocéntrico.
Dentro de este universo, dentro de este sistema solar, sobre este planeta,
nosotros, los seres humanos, vivimos –temporariamente, al parecer– un promedio
de 75 años más o menos, si todo anda bien, lo cual a menudo no sucede. Una
visita tan corta, considerando la edad del universo y el tiempo que hace que
los humanos andan por aquí, no es gran cosa. ¿Vale la pena tan diminuta
partícula de tiempo y espacio? Aparentemente creemos que sí, o ni siquiera nos
quedaríamos por aquí tanto como lo hacemos.
Según el Buddha, Kierkegaard e incluso Shakespeare, la vida está llena de
golpes y dardos de la atroz fortuna. Pero, como hasta ellos lo admitirían, la
vida puede también dar momentos de amor y felicidad.
La mayoría de nosotros pasa por momentos o períodos de depresión, algunos
más que otros, con o sin razón. (Acabo de leer que el “Chapo” Guzmán, el
narcotraficante mejicano, que hace poco fue recapturado y aguarda una probable
extradición a los Estados Unidos, está aquejado de depresión. Por lo que los guardias
le facilitaron un ejemplar del Quijote de Cervantes para levantarle el ánimo.
Esto suena apócrifo, especialmente porque, según otras fuentes, el Chapo es
analfabeto.)
Un antídoto efectivo contra la melancolía es pensar en cuánto mejor me
encuentro yo que tantos otros que padecen guerras, violencia, hambre, miedo,
enfermedad, etc. Por lo menos, sentirse abatido por el sufrimiento de otros no
es egoísta, salvo por esa extraña sensación de alivio por no ser yo a quien le
toca.
El filósofo danés Soren Kierkegaard (1813 - 1855) sostenía que dado que la
cantidad de sufrimiento sobrepasa a la cantidad de felicidad, el verdadero
filósofo, que siempre debe actuar lógicamente, debería suicidarse. Todo hombre
o mujer llega a una encrucijada en la vida, o mejor dicho a una bifurcación de
su camino. El sendero de la izquierda –que el cuerpo físico es todo lo que el
ser humano es y que el mundo físico es el único mundo– es el sendero de la
desesperanza. El sendero de la derecha es el sendero de la esperanza. El viajero
tiene que elegir. Sería mal filósofo si eligiera el sendero de la izquierda,
puesto que sólo puede llevar a la desesperación. El sendero de la derecha al
menos ofrece algo, si bien no la certeza. De modo que la persona pensante debe
elegirlo. En el camino, habrá de encontrar la fe, que será su recompensa por
haber elegido el camino correcto. (Esto no es una cita literal, sino sólo mi
propio recuerdo de la idea general expresada por el autor en uno de sus libros,
posiblemente “Temor y temblor”.) A Kierkegaard le funcionó, según él. Era un cristiano comprometido, aunque
muy crítico de la Iglesia Luterana danesa. Con ironía, pregunta:
¿Dónde estoy? ¿Quién soy?
¿Cómo llegué a estar aquí?
¿Qué es esta cosa llamada mundo?
¿Cómo vine al mundo?
¿Por qué no me consultaron?
Y si estoy obligado a participar en esto, ¿dónde está el director?
Quiero verlo.”
Kierkegaard es considerado el fundador del existencialismo. Hay diversas
líneas dentro de la filosofía existencial, pero, en general, ella sostiene que
el hombre existe y, en esa existencia, se define a sí mismo y al mundo en su
propia subjetividad, y deambula entre la elección, la libertad y la angustia
existencial. No obstante, el existencialismo de Kierkegaard era muy diferente
del de los existencialistas modernos –Sartre, Camus, y otros–, que eran ateos y
daban por hecho que la vida es irremediablemente absurda, mientras que Kierkegaard llegó
a la conclusión de que la esperanza y la fe podrían llevar a la certeza, y por lo tanto, lo lógico
es al menos probar. ¿Pero fe en qué? Para Kierkegaard era en Cristo. Para los
existencialistas modernos esta avenida está clausurada por una luz roja
intermitente, así que sólo les queda su angustia existencial, existir,
hacer el bien, o no.
Cuando yo era niño y los sacerdotes y monjas de la iglesia católica me
lavaban el cerebro, ante la pregunta “¿Por qué estoy aquí?”, el catecismo enseñaba:
“Para conocer, amar y servir a Dios”, lo cual tiene su propia lógica. Para
servir a algo o a alguien, uno debe amarlo; para amarlo, uno debe conocerlo.
Pero ¿cómo hacemos, ¡por Dios!, para conocer a Dios? Si borramos la imagen
estilo Papá Noel, “Dios” es un concepto vago. Así que vamos a empezar con algo
tangible: la naturaleza. La naturaleza es hermosa, buena y sabia. Existe por sí
sola, no es obra del hombre como un puente, un edificio o la internet. La
naturaleza hace mucho más que existir, vive. Bueno, quizás no siempre sea buena. “La
naturaleza tiene rojos los colmillos y las garras”, dijo Tennyson, y en eso
tenía razón. Y hay desastres naturales como los terremotos y los tsunamis que
matan a muchos inocentes. Al momento de garabatear estas líneas, los noticieros
están obsesionados con el virus del zika, que aparentemente causa microcefalia
en los bebés. ¡Ah, sí, el sufrimiento de los inocentes! ¿Cómo se explica? Es
uno de los motivos por los que los existencialistas modernos son ateos: un Dios
benévolo no permitiría tal sufrimiento, y no queremos saber nada de un Dios
malvado. Pero ¿y si existe un Dios así? ¿Y si existen ambos –un Dios benévolo y
uno malvado? En Los hermanos Karamazov de Dostojevsky, Iván, el hermano mayor, observa el sufrimiento de los niños
de su lugar y época. Y como resultado, aunque no niega la existencia de
Dios, lo rechaza por injusto y cruel. Tiene que haber algo más; tiene que haber
alguna otra explicación. De lo contrario, los absurdistas tienen razón. Y, en
nuestra opinión, no es así. Esa otra explicación es la reencarnación y el
karma. Volveremos sobre esto más adelante.
¿Existe la muerte verdaderamente, o se trata de una invención
ignorante de la humanidad? El hombre es la única criatura que puede hacer
esa pregunta. Se podría muy bien objetar que la idea es ridícula puesto que
vemos a la muerte todos los días. E incluso si no la vemos realmente (eso queda para los hospitales y las
funerarias), sabemos de familiares, amigos, conocidos, que estaban aquí ayer y
hoy no lo están. De modo que sí, todo lo que vive, muere. Es la condición
inevitable, la letra chica del contrato de la vida. Lo vemos o sabemos de ello,
pero no lo vivenciamos. Si lo hiciéramos, no estaríamos aquí
hablando sobre ello. Tenemos experiencias cercanas a la muerte que se
convierten en best-sellers, es cierto. No dudo de que sean verdaderas, pero
quienes las relatan tienen la honestidad de describirlas como “cercanas a la
muerte”. Nadie en verdad ha vuelto de la muerte total –salvo quizás Jesús de Nazaret, y quién sabe lo
que su resurrección realmente significa. Según Rudolf Steiner, se trató de una
especie de resurrección espiritual (etérica), que sólo los discípulos pudieron
presenciar.
Podemos estar seguros de que todo organismo físico viviente ha muerto, está
muriendo o va a morir… físicamente. Pero, si existe también un mundo espiritual
a la par o más allá o dentro del mundo físico, y si podemos aceptar la
existencia de ese mundo al menos como hipótesis, entonces ya hemos dado el
primer paso de un camino existencial que no depende de la fe, y que difiere de
ese otro camino, entregarse al nihilismo ateo. Es el camino intermedio
–siempre el mejor camino –que, al principio, reconoce al espíritu, lo saluda como a un viejo amigo al
que le habíamos perdido el rastro. “Hola, tanto tiempo. Mi intuición me dice
que has vuelto.”
El primer cartel en este camino indica que aunque el cuerpo físico muere,
no ocurre lo mismo con el espíritu que le daba energía. Éste regresa a ese otro
mundo, del que originariamente procedía, y que nunca había abandonado
completamente. El hecho de que lo estemos pensando es, en sí mismo, evidencia
de la existencia del mundo espiritual, pues pensar es una actividad espiritual,
y el cerebro es el instrumento físico necesario para permitir el pensar durante
la vida física. Según esta forma de ver las cosas, el cerebro no piensa; sólo
reproduce los pensamientos del pensar, de manera similar a como una guitarra, u
otro instrumento musical, produce el sonido de la música.
El conocimiento y la conciencia
Que algunas personas saben más que otras, es verdad, pero todos los humanos
saben más que todos los animales. ¿Cómo es, entonces, que las abejas son tan
inteligentes, o los delfines o las ballenas, o los gatos? Tal inteligencia es
instintiva, y por lo tanto, no se puede aprender de la misma manera que a leer
y a escribir. Los polluelos de las aves en verdad no aprenden de sus padres,
simplemente son protegidos y asistidos por ellos para permitir que se
desarrolle su instinto. Yo sé que sé; también sé que no sé. Ningún animal, a
pesar de ser consciente, tiene esa habilidad, también conocida como
pensamiento. El reino vegetal está dotado de enorme inteligencia y
belleza. Pero, la inteligencia vegetal no sólo no piensa, sino que ni siquiera
es verdaderamente consciente. Sin embargo, existe. Cada nivel de existencia posee
una inteligencia más consciente que los demás: nosotros sabemos más que los
elefantes, los elefantes saben más que los árboles, los árboles saben más que
las rocas. En otras palabras, la conciencia humana dio un salto existencial en
algún punto de la evolución, mientras que la conciencia del animal llegó al
final de un callejón sin salida.
¿Entonces, es el ser humano el nivel más alto, el paradigma del ser,
omnisapiente? Si, como sostienen los expertos, el cosmos es aleatorio,
entonces, la respuesta es sí, puesto que, entonces, no existe ningún nivel o
forma superior de existencia. Y tampoco existe ningún nivel superior de
conciencia y conocimiento. Esto significa que el instinto inteligente del
animal también es aleatorio. Pero el instinto no es aleatorio. Sigue reglas
estrictas. La inteligencia tampoco es aleatoria. Aleatorio es el caos, la
inteligencia es forma. Para que exista la inteligencia, ya sea instintiva o
pensante, también debe existir un ser, o seres, que la posean. Y para saber que
la inteligencia existe, es necesario el pensamiento. Y el único ser que puede
pensar es el ser humano. ¡Pero, un momento! Los seres humanos no son
omnisapientes, les falta un largo trecho. Algunos científicos piensan que es
simplemente cuestión de tiempo para que podamos saberlo todo. ¿Pero si todo es
solamente aleatorio, qué más queda para conocer? Sólo detalles. Las preguntas
esenciales, existenciales, permanecen eternamente sin responder. En
consecuencia, debe existir un conocimiento superior, pero sólo lo pueden poseer
seres superiores, a veces denominados Dios, dioses, ángeles, no importa. O,
quizás, lo puedan poseer algunos seres humanos excepcionales.
Según Rudolf Steiner, la tierra es un cosmos de sabiduría: la naturaleza es
sabia, todo encaja perfectamente, el sol saldrá mañana como lo ha hecho desde
los principios del tiempo. En realidad, si no hubiéramos tenido días para
contar, no existiría el tiempo. La misión de la tierra, es decir, el objetivo
de la humanidad sobre la tierra, es transformar este cosmos de sabiduría en un
cosmos de amor.
Estamos lejos de alcanzar ese objetivo, eso es seguro. Y no hay garantía de
que habremos de poder hacerlo. El primer paso es alcanzar la libertad, pues sin
libertad el amor verdadero no es posible –se trata de un pre-requisito.
Libertad del espíritu. El cuerpo físico no puede ser libre; está constreñido
por sus propias necesidades internas y externas. Las restricciones del espíritu
son auto impuestas y, por ello, pasibles de ser liberadas. El arma más poderosa
del espíritu es el pensamiento, una actividad espiritual que puede conducir a
la libertad, y luego, a su debido tiempo y con mucho esfuerzo, al amor –una
forma muy elevada del sentimiento.
Reencarnación y karma
Todo el tiempo y el esfuerzo necesarios para lograr esta transformación de
la tierra no caben en el período de una vida. Por lo tanto, lógicamente se
necesita más de una vida, muchas vidas, para llegar a la meta: el amor.
La reencarnación y el karma (o destino) también son, afortunadamente,
lógicos: si se requiere tanto tiempo y esfuerzo, entonces, la única manera son
muchas vidas. Ah, pero –se podría objetar–, aunque los individuos mueran, sus
descendientes siguen viviendo y podrían continuar la tarea. Es verdad, pero
¿quiénes son estos descendientes y de dónde vienen? ¿Salen del vientre materno
ya listos, como Barbies? ¿O tienen también extensas y muchas veces vividas
biografías, agobiadas o elevadas por el bagaje kármico?
En la actualidad se ha despertado la conciencia ecológica. La humanidad es
responsable, por ejemplo, del calentamiento global y, por esta y otras acciones destructivas, como las
armas atómicas, lo es también de la potencial destrucción de la tierra misma o,
al menos, de sus moradores humanos y animales. De manera consciente o
inconsciente, podríamos sentir “¿Y qué? Yo ya no estaré aquí para entonces.”
Pero, si la reencarnación es un hecho, entonces, salvar y proteger al planeta
es en nuestro propio beneficio para vidas futuras. ¿Es un concepto egoísta?
Quizás, pero también práctico y lógico. Así que no me retracto.
Esto me lleva a pensar en el presente. Aunque pasan cosas buenas, el
progreso es lento, tan lento que nosotros, los octogenarios, ciertamente no
hemos de ver mucho de él durante esta vida. Los jóvenes a menudo son cínicos
sobre la posibilidad de un verdadero cambio. Al respecto, me gustaría citar una
de las últimas cosas que dijo Bernard Lievegoed, antropósofo, psiquiatra y
educador holandés:
¡Aún no es tiempo de cosechar! Es tiempo de plantar semillas, que
darán frutos en algún tiempo futuro.
Paciencia es la consigna, vivir con preguntas y esperar que llegue el
momento en que la respuesta venga desde el mundo espiritual. Sólo si plantamos
semillas hoy, será posible un mundo mejor en el futuro. De modo que lo que hoy
se haga bien, incluso si tiene poco efecto o fracasa según los estándares corrientes, vale la pena
hacerlo. El secreto es no desanimarse ni rendirse ante el fracaso; tarde o
temprano las semillas habrán de germinar.
Hace poco un amigo me confió que sufre de tanatofobia (temor fóbico a la
muerte) y que lo está matando. Tánatos es el dios de la muerte en la
mitología griega, de modo que la etiqueta es bien precisa. Si su afección es
una fobia real que provoca dolor y enfermedad, o bien un pasajero ataque de
ansiedad vinculado con un corazón débil, no tengo elementos para
determinar. Pero me parece que mi amigo y muchos otros como él harían
bien en convencerse de que la muerte es una puerta hacia un nuevo acto de la
existencia. En toda buena obra de teatro, se apagan las luces al final de cada
acto, y se vuelven a encender al comienzo de cada nuevo acto. Quizás no seamos
el iluminador ni el director, todavía, pero ciertamente somos los actores
principales.
Creo que el temor a la muerte, tanatofobia, es realmente el temor a la no
existencia, algo prácticamente inconcebible, mucho más aterrador que la muerte
misma. La existencia es mía; ¿cómo osas quitármela, Tánatos? Pero esto hace que
el ángel de la muerte se infle enormemente. Él/ella no puede quitarle la
existencia a nadie. El telón se levanta inexorablemente para el próximo acto,
la obra continúa. Así que, muerte, te agradezco, pero no te envanezcas, deja de
alardear. No te temo.
Frank Thomas Smith
Febrero 2016.
Traducido del inglés por María Teresa Gutiérrez
Leído en Southern Cross Review Nº 111 Marzo-Abril 2017
___________________________________
Varias veces le he pedido a Frank padre de familia, luego maestro y fundador junto a otros de la Escuela Waldorf San Miguel Arcángel, donde fue educador de inglés en las aulas durante años, antes de ir de mañana a la ciudad a su trabajo, como empleado de I,A,T,A, Posteriormente al darse cuenta de la necesidad de maestros waldorf de buena formación antroposófica en las escuelas Waldorf ya existentes, comenzó con el proyecto que recibió el nombre Seminario Pedagógico Waldorf de Buenos Aires, que tenía su casa de estudios en la Sociedad Antroposófica en la Argentina, en Crisólogo Larralde 2224 C,a,B,A. Fue una formación Waldorf exitosa, con Shirley de Basily en la parte artística.. Elena Hebrón de Wedeltoft y otros docentes. También esa formación ha pasado por varias etapas y la actual está a cargo de Federico Halbrich docente de firme formación waldorf relizada en Sacramento EEUU. Y lleva el nombre de Escuela de Formación en Pedagogía Waldorf. Tiene colaboradores, mestros y docentes aún en ejercico en diferentes Escuelas Waldorf . Y realizará en 2017, un nuevo ciclo de Formación en las aulas de la Sociedad Antroposófica Larralde 2224 en Nuñez
Un nuevo impulso ofrecido que Frank Smith aceptó es lograr una escuela Waldorf en Córdoba: "El Trigal" Frank Thomas Simth y otros maestros waldorf que se trasladaron a Traslasierra hicieron una labor maravillosa, hasta han realizado intercambios con estudiantes alumnos de escuelas waldorf en EEUU Y han sido campamentos de trabajo para mejorar y embellecer la escuela, pintar paredes, hacer juegos. columpios, tobogán, lo que una escuela necesita en su recreo: el juego al aire libre
Logró que fuera la primera escuela rural dedicada al estudio y la agricultura en Córdoba donde los niños podrían acceder a ella y aprender en tres aulas juntas, primer, segundo y tercer grado de ser necesario, en realidad una escuela modelo, que merece ser conocida.
Sólo me queda decir muchas gracias por todo su esfuerzo en sus 80 años y si ustedes, apreciados lectores, aún no han leído en este mismo block de notas, aquello que recomiendo, para tener un panorama de su persona bien especial:
La casi olvidada sociedad trimembre.
La necesidad de una educación verdaderamente libre.
Los reyes impostores. Suceso en su sierra,
El traje de Erique. Tiempos pristínos.
"Nosotros somos los afortunados" en plena juventud.
Ampliaciones éstas, son líneas que he escrito sin haber sido consultadas con el autor, simplemente quiero que sea considerado un agradecimento a sus esfuerzos, también los literarios en sus muchos cuentos editados y ubicables por Amazon. Una vida al servico de la educación.
Tatiana Schneider
La Loma, 2 de Marzo de 2017
Febrero 2016.
Traducido del inglés por María Teresa Gutiérrez
Leído en Southern Cross Review Nº 111 Marzo-Abril 2017
___________________________________
Varias veces le he pedido a Frank padre de familia, luego maestro y fundador junto a otros de la Escuela Waldorf San Miguel Arcángel, donde fue educador de inglés en las aulas durante años, antes de ir de mañana a la ciudad a su trabajo, como empleado de I,A,T,A, Posteriormente al darse cuenta de la necesidad de maestros waldorf de buena formación antroposófica en las escuelas Waldorf ya existentes, comenzó con el proyecto que recibió el nombre Seminario Pedagógico Waldorf de Buenos Aires, que tenía su casa de estudios en la Sociedad Antroposófica en la Argentina, en Crisólogo Larralde 2224 C,a,B,A. Fue una formación Waldorf exitosa, con Shirley de Basily en la parte artística.. Elena Hebrón de Wedeltoft y otros docentes. También esa formación ha pasado por varias etapas y la actual está a cargo de Federico Halbrich docente de firme formación waldorf relizada en Sacramento EEUU. Y lleva el nombre de Escuela de Formación en Pedagogía Waldorf. Tiene colaboradores, mestros y docentes aún en ejercico en diferentes Escuelas Waldorf . Y realizará en 2017, un nuevo ciclo de Formación en las aulas de la Sociedad Antroposófica Larralde 2224 en Nuñez
Un nuevo impulso ofrecido que Frank Smith aceptó es lograr una escuela Waldorf en Córdoba: "El Trigal" Frank Thomas Simth y otros maestros waldorf que se trasladaron a Traslasierra hicieron una labor maravillosa, hasta han realizado intercambios con estudiantes alumnos de escuelas waldorf en EEUU Y han sido campamentos de trabajo para mejorar y embellecer la escuela, pintar paredes, hacer juegos. columpios, tobogán, lo que una escuela necesita en su recreo: el juego al aire libre
Logró que fuera la primera escuela rural dedicada al estudio y la agricultura en Córdoba donde los niños podrían acceder a ella y aprender en tres aulas juntas, primer, segundo y tercer grado de ser necesario, en realidad una escuela modelo, que merece ser conocida.
Sólo me queda decir muchas gracias por todo su esfuerzo en sus 80 años y si ustedes, apreciados lectores, aún no han leído en este mismo block de notas, aquello que recomiendo, para tener un panorama de su persona bien especial:
La casi olvidada sociedad trimembre.
La necesidad de una educación verdaderamente libre.
Los reyes impostores. Suceso en su sierra,
El traje de Erique. Tiempos pristínos.
"Nosotros somos los afortunados" en plena juventud.
FTS escritor independiente |
FTS editor de Southren Cross Review |
Tatiana Schneider
La Loma, 2 de Marzo de 2017
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